Faltan dieciocho meses para que la legislatura llegue a su término legal y en las actuales circunstancias de deterioro profundo y creciente este período de tiempo aparece a los ojos de millones de españoles como intolerablemente largo. Las noticias saltan aquí y allá provocando continuos sobresaltos en la ciudadanía. Ahora es una emisión de deuda de la Generalidad de Cataluña a un interés muy superior a la media del mercado porque ya nadie se fía del gobierno tripartito, ahora es la predicción de crecimiento para España del Fondo Monetario Internacional por una cifra que es la mitad de la contemplada en los Presupuestos, ahora son los abucheos masivos a Zapatero en el desfile del 12 de octubre o al ministro del Interior en la fiesta de la Guardia Civil, ahora es el pronóstico por parte de los organismos competentes de que el nivel de desempleo continuará al alza en 2011, ahora es la acusación de que el más alto responsable policial en la persecución de la corrupción aparece en los papeles incautados en la operación Malaya como perceptor de una mordida de doscientos mil euros, y así un día y otro, sin un respiro o un motivo de alivio que calme la inquietud y apacigüe el desasosiego. Se extiende y se asienta la sensación de que vamos pendiente abajo de forma acelerada sin que nadie ni nada pueda aparentemente detener la caída y este sentimiento de impotencia se aproxima peligrosamente a la desesperación. El reemplazo al actual partido en el poder espera impávido que La Moncloa se deposite en sus manos como fruta madura y basa su estrategia en el imparable desprestigio de su principal adversario, castigando sus flancos de forma implacable con el reproche de su incompetencia para gestionar la crisis económica sin entrar en otros aspectos igualmente o incluso más graves de nuestro fracaso, como la fragmentación de la Nación, la grave pérdida de valores morales o la inquietante degradación de las instituciones. Vivimos en un ambiente de fin de ciclo, de colapso de un sistema, de constatación apesadumbrada de que, en frase demoledora de Tito Livio sobre el ocaso de la república romana, no somos capaces de soportar ni nuestros vicios ni sus remedios. Tras la prolongada agonía hasta las elecciones generales, y con independencia de su previsible resultado, las cosas no volverán a ser como antes. No habrá medias tintas ni administración inercial del statu quo porque el statu quo saltará por los aires. Nos espera la muerte o la resurrección.
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