sábado, 8 de mayo de 2010

La ninfa Dafne - Apolo - El laurel


"Dafne era una ninfa muy bella, hija del rio Peneo, y no quería contraer matrimonio porque quería conservarse virgen y dedicarse a la caza, igual que la diosa Diana. Un día, el dios Apolo, que era el dios de la belleza (por lo que debía ser muy atractivo), la vio y se enamoró perdidamente de ella; pero ella, fiel a su promesa de soltería, le rechazó. El dios, que no estaba acostumbrado a las negativas, la cortejó sin descanso. Ella, que no quería nada con él, salió corriendo por el bosque, huyendo de su fogoso pretendiente. Esto era lo último que le faltaba al mismísimo dios Apolo (faltaría más), así que salió en su persecución y cuando ya estaba alcanzando la túnica de su amada, ésta invocó a su padre para que la ayudara a librarse del acoso e inmediatamente, su cuerpo se llenó de cortezas y sus dedos y manos se transformaron en ramas y sus pies se hundieron en la tierra transformándose en raíces, y quedó transformada en un laurel. Apolo, que verdaderamente estaba enamorado de ella, al ver al objeto de su amor convertido en un árbol, se hizo una corona con sus ramas y desde entonces siempre llevaba una puesta, como recuerdo de su amada."

Qué historia más bonita, verdad? el laurel se convirtió en un árbol sagrado para los dioses y los griegos lo utilizaban en las fiestas en su honor, al pasar el culto a Roma, a  los  vencedores en los deportes, a los héroes, y a los poetas  se les ponía una corona de laurel, Julio Cesar siempre portaba una corona de laurel en su cabeza. Esta costumbre ha perdurado en los tiempos, la corona de Napoleón representaba una corona de laurel. En la edad media al finalizar los estudios los jóvenes, doctores, eran coronados con los frutos de este árbol  "bacca lauri" de donde procede la palabra bachillerato 
  




A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
                                          este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!

                             Soneto número XIII de Garcilaso de la Vega.

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